Alberto de Mónaco miraba al periodista de "París Match" y buscaba la empatía en su persona. "Charlene sufre fatiga. No solo física, y debe tratarse con un periodo de descanso. Lo digo amablemente. Dejadla tranquila. Dejadnos tranquilos un tiempo. Nuestra pareja no está en peligro", respondía intentando otorgar a la exclusiva aquello que buscaba, a cambio de libertad, de tranquilidad para ambos.
La tristeza que esconde cada una de esas palabras demuestra que los rumores apuntaron a un rincón incorrecto. Las ausencias de Charlene de Mónaco, los seis meses retenida en Sudáfrica y la estadía en una lujosa clínica suiza, nada tuvieron que ver con una separación, ni con un conflicto de pareja, sino con algo mucho peor, cuya solución, en el mejor de los casos, se muestra lejana y difícil.
Ella misma lo había advertido a finales del verano del 2020. Reconocía que el confinamiento por la pandemia la estaba afectando. Echaba de menos a su familia sudafricana, su padre se había sometido a una cirugía y dos de sus grandes amigos habían fallecido, sin que pudiera despedirlos. Poco a poco le fue dejando de importar su presencia y, aunque en principio no se notó, por el sutil descuido en su estilo o por la poca atención a los detalles del público, lo cierto es que ha dado todos los indicios de lo que le pasaba: la depresión la había goleado y ya todo le daba igual. "Muchas veces la gente desconoce lo que ocurre detrás de la escena", decía, abrazada por una multitud que bramaba por la Princesa, pero ignoraba a la persona.
Nadie puede decir, nadie puede sugerir siquiera, que no lo ha intentado. Charlene cambió su look por completo, desafió al protocolo real, se rapó un lado de la cabeza y quiso renovarse, volver a empezar. Luego, cuando el coronavirus le otorgó un poco de distancia, huyó a Sudáfrica, para recluirse allí. Sin embargo, los rumores sobre su enfermedad, sobre la relación con Alberto y sobre toda su vida, la desanimaron aún más, golpearon su persona y la obligaron a volver, extremadamente flaca, cansada, triste, rota.
Charlene de Mónaco sufre, intenta no hacerlo, pero sufre. Su internación en la clínica de Suiza puede ser un gran paso en su recuperación, pero no servirá de nada si no se replantean las formas alrededor de su vida, de quienes la rodean, pero también de quienes quieren saber de ella. Ambos lados, y a decir verdad, el mundo entero, necesita aprender a mirar más allá de los ojos, a tomarse a la tristeza y a la depresión como lo que son: dos de los mayores males que afectan a la población que ataca a cualquiera, sin importar su cargo.